domingo, 16 de diciembre de 2012

MILLONARIOS, EL EQUIPO MÁS LAUREADO DEL FÚTBOL COLOMBIANO

La estrella catorce será la vencida
Recuerdos de la última vez
Siempre se ha dicho que Millonarios es el equipo más grande de Colombia, quizás porque a la vez es el más laureado del fútbol nacional, pues acumula 13 títulos, que ahora podrían convertirse en 14 estrellas.

Por: Jorge Armando Piedrahita Cabrera


Aún quedan vestigios en cada una de las tribunas del estadio Nemesio Camacho ‘El Campín’, de aquel grito de gol que cerca de 50 mil personas cantaron en una esplendorosa tarde de fiesta y de locura, en la que un ave migratoria de raza desconocida, se paseó oronda por el escenario de la calle 57 de Bogotá, en medio del nerviosismo de jugadores e hinchada y de la expectativa nacional de lo que ese trinar iba a significar.
Era nada más y nada menos, que Oscar ‘El Pájaro’ Juárez; aquel desgarbado delantero argentino que hace algún tiempo había llegado al país sin tantos pergaminos, y quien sin dársele nada como decimos en estas tierras, había marcado el único tanto que le daría a Millonarios su anhelada estrella doce, aquella que había sido esquiva durante 9 años, pero que como preludio de la navidad aquel recordado 20 de diciembre de 1987, le había obsequiado el mejor regalo de la última década a la afición ‘embajadora’.
Las banderas ondeantes con los colores combinados azul y blanco, sostenidas aún por los famosos tubos de PVC, los mismos que por años camuflaron litros y litros de aguardiente colombiano, y que después serían prohibidos por las autoridades deportivas, enmarcaron el espectáculo, adornado además por serpentinas, pitos, tambores y los cánticos que por aquella época sus hinchas comenzaron a corear insistentemente: “Oeeee, oe, oe, oe…, Millos…, Millos….”.
Era la época en que la barra de Oriental era la más numerosa y ruidosa de toda la hinchada azul, quizás como antesala a lo que hoy se ha convertido. De hecho, ya se comenzaban a observar los partidos de pie y saltando durante buena parte del tiempo, antes de trasladar su sede hacia las tribunas Altas o Lateral Norte.

Desde aquella tribuna oriental pero en la ubicación Numerada, todo se podía ver muy bien, no se perdía detalle de nada, y aunque desde lo alto los jugadores y árbitros parecían muñecos de ‘futbolín’ y las jugadas parecían lógicas y fáciles de percibir, especialmente en una cancha que se preciaba de gigante, era evidente que al momento de disputarse el compromiso, las acciones mostraran otra situación. Una cosa es ver y otra estar allí, en la cancha.
Cuando ir a ver fútbol no representaba peligro

Es que para los jóvenes hinchas de aquella época, hoy convertidos en padres de familia y habitantes del tercer y cuarto piso en la escala de la edad, era una motivación diferente acudir cada domingo a ver al ‘glorioso azul’. No existía la violencia desenfrenada entre barras ni la lucha de colores en la camiseta a la hora de la salida, tampoco las eternas esperas al finalizar cada partido para que unos puedan salir primero que otros. No, así no era en aquellos tiempos.
Se ahorraba durante los quince días para comprar la boleta en los llamados ‘expendios oficiales’ o en las taquillas del estadio, ya que siempre se ha tenido un vecino de patio, que obliga a alternar de local y de visitante; pero nunca se veían en los alrededores a El Campín, a menores de edad ‘retacando’ por 100 pesos supuestamente para completar el valor de la entrada, al mejor estilo de los méndigos de hoy en los semáforos de la capital del país.

Recordar las alegres correrías por izquierda de Rubén Darío Hernández, los explosivos piques de Arnoldo “El Guajiro” Iguarán o los improvisados amagues de “La Gambeta” Estrada, resultan toda una retrospectiva hacia la nostalgia. 
Los constantes cortes de juego con destino fijo al balón o al tobillo de Eduardo Pimentel, la jerarquía y entrega de Mario Vanemerack, los ‘tramacazos’ a larga distancia de Edison Dominguez con pierna izquierda, los cierres oportunos y llenos de exquisitez y calidad de Luis Nolberto ‘El Huevito’ Gil, entre otros, fueron los platillos con los que partido tras partido, los aficionados de la escuadra albiceleste desayunaron, almorzaron y cenaron, durante aquella inolvidable, añorada, pero sobre todo, muy criticada época en la que el más laureado plantel en la historia del fútbol profesional colombiano, alcanzó sus últimos logros deportivos.

Un título azul manchado de rojo

Y ni para qué hablar de lo que fue el título No. 13 y el último, conquistado en Barranquilla justamente un año después, bajo la dirigencia técnica de Luis Augusto ‘El Chiqui’ García, aquel 18 de diciembre de 1988, o lo que es peor, recordar cuando Millonarios, siendo primero del torneo y eventual campeón del torneo rentado un año después, en 1989, la Dimayor decidió suspender el campeonato por el asesinato en Medellín, del árbitro Álvaro Ortega, lo que de hecho impidió la consecución de la estrella catorce, en lo que habría podido ser la tripleta de campeonatos consecutivos en aquella década. Como hecho anecdótico de este suceso, la historia recordará el retiro definitivo de las canchas del mejor árbitro del fútbol colombiano, Jesús ‘Chucho’ Díaz, en solidaridad con quien en vida fuera su colega y amigo.

No ha sido fácil cumplir con el anhelo de acabar con esta sequía de títulos que ya completa 24 años; la misma edad promedio de los integrantes de los ‘Comandos Azules’, una de las barras más conocidas en la actualidad, y quizás la única, junto con la de Blue Rain, que permanentemente, le vaya como le vaya al otrora ‘Ballet Azul’, alienta en el estadio y acompaña al equipo por todo el país, y cuyo valor agregado radica en que la mayoría de sus integrantes no conocen aún lo que es el sabor de un título, como tampoco del disfrute de una vuelta olímpica de un torneo de primera categoría.

Millonarios que evidentemente se vino a menos durante las últimas dos décadas, que llegó incluso a estar en cuidados intensivos por repetidas crisis económicas durante los últimos años, y que sometió a subasta pública el porcentaje de acciones que le corresponden de su sede deportiva conocida como la ‘finca’, ubicada en la Autopista Norte de Bogotá, para finalmente quedarse sin sede campestre.

Todavía se escuchan los reproches entre barristas e hinchas de los diferentes equipos, cuando culpan de la crisis de Millonarios a la desaparición de Gonzalo Rodríguez Gacha, en relación a la época en que pululaban las ayudas económicas extraordinarias y los incentivos a los jugadores profesionales, producto del lavado de dinero del narcotráfico. La defensa de los azulejos se cierne sobre los beneficios que los Rodríguez Orejuela aparentemente le dieron al América, Pablo Escobar a Nacional, el cartel de la Costa al Junior, los Arizabaleta a Santa Fe, entre muchos otros personajes y ‘dirigentes’, que cuando decidieron ‘meterle mano’ al negocio del fútbol, no se imaginaron lo manchado e indigno que lo iban a dejar.

Aunque la situación económica actual de ‘Millos’, para usar este famoso diminutivo que utilizan con cariño sus hinchas, especialmente durante sus cánticos y para animar al equipo, no es que haya cambiado mucho en las actuales circunstancias, y aunque posea en la actualidad unas directivas polémicas, procedentes de otras regiones del país menos de la capital, y aunque incluso, hayan pretendido devolver títulos con base en decisiones individuales, irracionales, y desde todo punto de vista, innecesarias, llegó la hora de demostrar de qué están hechos los Torres (Director Técnico y jugador panameño), Delgado, Franco, Martínez, Robayo, Ramírez, Otálvaro, Candelo, Cosme y Rentería, por mencionar sólo algunos de los posibles jugadores embajadores, que se hallan muy cerca de la gloria, del título, de la estrella catorce, pero sobre todo, de ese cielo azul y blanco que les dará todo su resplandor y brillantez en este 2012, que ya casi termina. Esperemos a ver cuántas estrellas se cuentan finalmente en el escudo embajador, en el próximo año.